25 marzo 2011

Me gusta.

"Me gusta ver cómo bajas los ojos cuando sonríes con timidez.
Me gusta ver cómo llevas tu mano hacia el cuello para hacerte un pequeño masaje cuando intentas deshacerte de la inseguridad que te provoca quedarte quieta.
Me gusta ver cómo miras la hora y acomodas una y otra vez el reloj de tu muñeca izquierda sólo por hacer algo, y evitar así demostrar que estás nerviosa.
Me gusta ver cómo te mueves con cuidado, haciendo gala de la suavidad y la gracia adquirida quizás por la danza, para disimular tal vez aquellos pequeños indicios de torpeza innata que sabes que tienes y buscas esconder.
Me gusta ver cómo mueves una y otra vez tu pelo, largo hasta la cintura, intentando controlarlo y disminuir la incomodidad que te provoca.
Me gusta ver cómo me miras cuando fijas los ojos en los míos, atenta, como si pudieras rescatar en ellos algún significado oculto que mis palabras no logran exponer.
Me gusta ver el movimiento de tus largas pestañas cuando levantas con parsimonia los párpados, un sutil efecto que sólo yo, que aprecio cada uno de tus movimientos, alcanzo a ver."

24 marzo 2011

Honestidad.

Hoy, durante una hora, sentí cómo la honestidad de mi interior flaqueaba...

Mi conciencia no estaba nada tranquila. Intenté ver hacia el costado, convencerme que no era tan grave aquella acción que estaba llevando a cabo, que hay personas que hacen cosas MUCHO MÁS DESHONESTAS... Y aún así, no lograba persuadirme.

Y de repente recordé aquellas clases de Derecho donde veíamos que la única sanción que tenían las normas morales cuando se quebrantaban, era la conciencia de la propia persona.

Puedo decir que esa teoría se convirtió en una insoportable vivencia: no sólo el hecho de estar siendo deshonesta, sino también el hecho de pensar y tener la certeza de que estaba siéndolo.

Finalmente, sonreí, y recordando a Harry en "La Orden del Fénix" cuando, luego de haber estado teniendo pensamientos que no eran propios de él, se dijo que sentía asco de sí mismo, me dije: "Yo no soy así."

Y la honestidad instantáneamente absorbió aquel inicio de corrupción...
Porque por más pequeña que resultase, no dejaba de ser eso: corrupción.


¡Ay señor! Ser honesto, tal como
va el mundo es ser un hombre
escogido entre diez mil.

William Shakespeare


No entiendo a los hombres, por Josué Barrera.

¿Por qué los hombres son tan estúpidos? Si ellos dicen que no entienden a las mujeres, yo puedo decir lo mismo. Son tan contradictorios, realistas, fríos, que me cuesta trabajo creer cuando dicen que sienten algo por mí. ¿Por qué me dices tal cosa?, termino preguntándoles a cada uno para luego mirar la manera en que no responden.

Ahora, por ejemplo, no llevo más de diez minutos sentada en esta mesa del Samborns, y ya he sentido la mirada insistente de tres hombres. Los tres me vieron antes de que eligiera la mesa. Estoy segura que sólo bastaría mirarlos de vuelta para que después me sigan cuando me levante de la mesa y me dirija al baño y se interpongan en la puerta para preguntarme mi nombre. Lo digo porque ya me ha pasado. Los hombres no son ninguna caja de sorpresas. Puedo predecir cada uno de sus movimientos. Sus pensamientos no, porque como dije, suelen se contradictorios. Dicen algo y hacen lo otro; en eso se parecen a nosotras las mujeres.

Cada tarde es igual, sin excepción. Después del trabajo entro a Samborns, me siento en cualquier mesa disponible y eso basta para ser asediada por varios hombres. Son muy evidentes. Los odio. Sin embargo, no me molesta ser el centro de atención de vez en cuando. En ocasiones compro una revista antes de llegar, llevo algún libro que tenga pendiente o traigo este cuaderno donde escribo y que me hace ver, en eso no tengo duda, interesante. Todos han de creer que soy escritora porque cuando escribo lo hago sin descanso, se me sueltan las palabras (quizá sea por el café o el azúcar), se liberan las ideas y escribo hasta sentir que alguien me mira, entonces lo ubico y empiezo a mirarlo y a imaginar todo lo que haría y dejaría por estar conmigo.

En mi cuaderno suelo escribir las historias que los demás imaginan de mí, o las que me gustaría que imaginaran o que sucedieran en realidad. Como estoy segura que todos creen que soy una prostituta (aunque lea o escriba soy una mujer sola que va cada tarde y que mira con atención a los demás), escribo historias de prostitutas. Siempre soy la protagonista, siempre acepto la invitación de subirme al auto de quien me invite a pasear y siempre termino en un motel con un desconocido.

Mi cuaderno lo escondo bien, no vaya ser que mi madre o mi hijo lo descubran y vayan a pensar algo que no es. Aclaro: nunca he sido como la protagonista de mis historias, nunca me he subido a ningún auto y mucho menos he terminado en la cama acompañado de un desconocido. Si lo he escrito es porque puede ocurrir en cuanto lo permita, y eso puede ser en cualquier momento porque en cualquier momento hay hombres dispuestos, como el de ayer que me siguió hasta la salida de la tienda para decirme si quería ir a pasear. Por supuesto le dije que no, gracias, en medio de una sonrisa. Insistió diciéndome otras cosas, pero yo me quedé con la misma respuesta. Me dirigí al auto y subí de prisa. Antes de encenderlo miré que el hombre aún seguía en el mismo lugar. Me dio lástima, mucha lástima. Imaginé su vida, sus carencias, lo que lo había llevado a realizar ese tipo de petición. Me dio lástima pero a la vez disfruté mirarlo de ese modo. Me sentí deseada, atractiva, capaz de despertar ese tipo de emociones.

Cuando llegué a casa, abrí con apuro mi cuaderno y escribí que aceptaba su invitación y que me llevaba a un motel donde teníamos relaciones de una manera atroz, violenta, sin pudores. Al terminar la historia me sentí agotada y me di un baño con agua caliente. Dentro de la tina imaginé que aquel hombre me acariciaba.

Ahora he venido al café con un mínimo de esperanza de verlo, aunque sé que ese tipo de hombres no vuelven, desaparecen en seguida; lo sabré yo. Confieso que me gustaría verlo para que me hiciera de nuevo la invitación y disfrutar gozosamente su mirada. Le diría que claro que no, que cómo se atreve, que qué estúpido, pero lo vería y lo escucharía con atención para así alimentar mis historias que me hacen sentir, de una u otra manera, más viva, más deseable, más mujer.




¡Muy bueno!

15 marzo 2011

Vesna, un fragmento de mi futura respuesta.

"[...] alguna vez espero hacerlo [...] Escribir algún cuento, algún texto y mandar(te)lo. Por compartirlo, por creer que puede compartirse. No sé... quizás seamos las Tolkien-Lewis del futuro."

Vesna Alic.

Quizás lo seamos, ¿no? Una versión femenina, un poco más moderna, indudablemente sin la capacidad de Tolkien (en mi caso) para poner tantos nombres a cada uno de sus gloriosos (y centenares de) personajes (desgraciadamente, aunque disfrute mucho escribir, ya me di cuenta que soy MALA para elegir nombres y poner títulos), ni con su capacidad creadora o la genialidad fantástica de Lewis, pero sí con el mismo fervor hacia las letras y, principalmente, la amistad.

¡Gracias por esa analogía tan maravillosa, amiga!

Un halago increíble, o mejor dicho una aspiración: Tolkien y Lewis.

12 marzo 2011

Realidad.

"Nobles ideales se vuelven toscas realidades"

Norberto Bobbio.

07 marzo 2011

¡Hombres!

Tere: ¿Se te cayó algo?

Flaco sorprendido: ¿Qué?

Tere: Que si se te cayó algo.

Flaco: No no, ¿por?

Tere: Ah, no sé, me pareció.



"Las mujeres siempre saben cuando les estamos mirando el culo.
Una cosa más para la que nacimos torpes y obvios."

02 marzo 2011

It's the final countdown.


Este indefinido rejunte de emociones me está matando.

¿Hasta cuándo me va a seguir pasando esto?
¿Hasta cuando voy a pretender ser más fuerte de lo que soy?

Mi cara se asemeja a una piedra, mi postura es imperturbable,
pero por dentro...

Repito:
este indefinido rejunte de emociones me está matando.

"¿Tenés ganas de volver a Buenos Aires?", me preguntan.
Y yo no sé qué responder. Por supuesto, tengo ganas, me fascina, extraño mis días allá, me gusta lo que hago y, por sobre todas las cosas, me gusta lo que estoy viviendo. Pero, no, porque allá extraño mi familia, extraño mi casa, mi cuarto, mis días acá. Estoy tan arraigada a ambos lugares que cuando llega el momento de irme, ya sea de Buenos Aires como de San Martín, la situación se asemeja a la de despedirse de un amigo muy querido, a quien sabes que volverás a ver, pero luego de cierto tiempo, y con toda seguridad, extrañándolo demasiado durante ese lapso en el que estarán distanciados...

Respuesta: "Sí y no". No puedo andarme con tantas vueltas.

Gracias a todo un trabajo mental de abstracción, aprendí a sentirme BIEN en cada lugar. ¿El método? Establecer un muro. Estoy allá, y ESTOY ALLÁ. Estoy acá, y ESTOY ACÁ. Trato de evitar, y me enorgullece comprobar que suelo lograrlo, pensar en "el otro lugar", en el que no estoy y desearía estar.

Aún así, me encantaría chasquear los dedos y aparecer en Buenos Aires, chasquear los dedos y aparecer en San Martín.

Me encantaría evitar la previa de la partida que se hace eterna, pero al mismo tiempo pasa a una velocidad indescriptible.

Me encantaría evitar la despedida, la imagen de tus viejos impasibles, felices de que estés en pleno camino del progreso, pero destrozados por dentro. Me encantaría dejar de pensar aquello que me dijo una de mis mejores amigas: "Ellos siguen con su misma vida, pero con una persona menos en ella".

Me encantaría no sentirme tan dividida.


Y sí... son los "últimos días" otra vez.